viernes, 4 de enero de 2008

Día cuatro

Miró por la ventana y vio que ya era de día. Se levantó y abrió la persiana hasta arriba. Corrió la cortina y se quedó mirando la calle un buen rato. Después comenzó a sentir que alguien pensaba en ella y se dio cuenta de que estaba en la ventana tal como había salido de la cama y un hombre la miraba desde el balcón de enfrente. Fue hasta el baño y se lavó los dientes primero, después se metió en la ducha. Los chicos seguían durmiendo cuando el horno a microondas emitió un pitido avisando que se había calentado el café de ayer, así que fue hasta el cuarto de ellos y les abrió también la persiana.
Ya en el camino a la estación, después de dejarlos en el colegio, pensó en lo que le pasaba todas las veces que entraba en el tren o subía al andén. Era como si, por decirlo de alguna forma, cada vez que se acercaba a las vías del tren algo bloqueara su capacidad de escuchar las mentes de los demás. Aunque había días en los que no sentía lo mismo, la mayoría de las veces le parecía que tenía a alguien tratando de entrar en su cabeza. Por eso había días en los que tomaba el tren en la estación anterior, con lo que la sensación de que algo le hurgaba la mente no aparecía hasta que el tren pasaba por la estación de siempre.

Subió lentamente los escalones del andén, cuidando de no romper un taco en el intento y sacó boleto en la boletería. Esperó pacientemente a que llegara el tren después de su habitual retraso y se dejó llevar por la masa que la empujó hasta el centro del vagón. Sólo cuando estuvo acomodada y se pudo relajar un poco, trató de encontrar la sensación que tenía todos los días, sin conseguirlo. Ese día no había nadie tratando de hurgar en sus pensamientos, y podía entretenerse escuchando lo que pensaba la gente a su alrededor. Comenzó a mirar por la ventanilla y pronto pudo conseguir un asiento de alguien que bajó en Liniers. Se apuró a sentarse y disfrutó de la comodidad que ahora tenía. Llegó a la terminal, tomó el subte y en un rato estuvo en la oficina preparándose el segundo café de la mañana. El sol brillaba sobre los autos que pasaban por Corrientes y la gente se agolpaba en las esquinas tratando de ganarle a los semáforos. Era la primera en llegar al trabajo y siempre tenía unos minutos de paz antes de que el trajín comenzara. Todo parecía indicar que ese sería un buen día, sin sobresaltos ni complicaciones y sin embargo sintió que algo no estaba bien, que había algo que le faltaba. De repente comprendió que se sentía sola.

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