miércoles, 11 de junio de 2008

Día doce

Después del colegio, Martina bajó del colectivo y se dispuso a caminar las cuatro cuadras que separaban la parada de la casa, cuando se dio cuenta de que un auto la esperaba. Algunas personas no se dan cuenta de las diferencias entre cosas a las que no les da mayor importancia. Un hombre promedio puede decir marca y modelo de auto y hasta el año de fabricación, pero por supuesto que este no era uno de esos casos: Martina creyó que era su novio. Hacía algunos días que se habían distanciado. “Sos difícil” le dijo él mientras ella miraba televisión después de haber discutido durante todo el domingo y ella se encargó de que eso fuera lo último que le dijera ese día. Luego no se volvieron a hablar en toda la semana. El novio llamó dos veces sólo para darse cuenta de que ella no lo quería ver ni oir y después desapareció como hacía siempre que se peleaban. Martina no soportaba que la quisieran manejar y mucho menos que fuera él el que quisiera hacerlo. “No sé por qué sigo con vos, si sos un tarado”, le decía, mientras él se comía las manos para no darle una bofetada.
Al principio, la sensación de libertad la embargó como cada vez que se pelaban, pero ya había pasado demasiado tiempo desde el domingo y comenzaba a extrañarlo. Odiaba ese momento de debilidad en el que su cuerpo exigía algo que su mente había decidido olvidar. ¿Por qué siempre el cuerpo era más fuerte que la mente? odiaba ceder a sus impulsos pero nunca podía evitarlo. Iba a seguir sin mirarlo siquiera, pero sus propias piernas desviaron su camino y llegó hasta la puerta del auto al tiempo que desde adentro bajaban la ventanilla y ella descubría que el conductor no era su novio. Se echó hacia atrás haciendo un gesto de disculpas con la mano y al volver sobre sus pasos tropezó con otro hombre. Sus carpetas se desparramaron por el piso y sintió mucho dolor cuando se dobló la muñeca al apoyarse en el suelo. El hombre la sujetó de los hombros como si hubiera sabido que ella iba a caer en ese momento y se hubiera preparado para recibirla en sus brazos. Luego dejó que se incorporara y le ayudó a recoger sus cosas, devolviéndoselas Mientras la miraba directamente a los ojos, le dijo:
– Tendrías que tener algo más de cuidado, esta zona es muy peligrosa.
– Sí, gracias, es que creí que era otra persona
– No te hagas problema, ya me parecía, Martina.
Al oir su nombre en boca de ese desconocido, Martina sintió que un escalofrío le corría por la espalda y entendió que su encuentro no fue casual. Luego todo se volvió confuso: parecía uno de esos sueños en los que uno quiere hacer algo pero desesperadamente hace otra cosa. Quería correr, correr a toda velocidad hasta su casa, pero sus piernas no le respondían. O mejor dicho, le respondían como en una película en cámara lenta. El piso se hundía bajo sus pies y las suelas de sus zapatos se pegaban al suelo sin soltarla. Escuchó cómo detrás de ella corrían otros pasos ¿o serían los ecos de los propios? y sintió que la tomaban del pelo para no dejarla huir. Cuatro cuadras nomás la separaban de su casa, pero ellos podían correr más rápido. ¿Por qué había faltado tanto a las clases de gimnasia? Ahora necesitaba más que nunca estar en buen estado y su cuerpo seguía sin responderle. Quizás si hubiera fumado un poco menos, ahora podría correr unos metros más rápido, lo suficiente para librarse del hombre que la seguía. Pero de todos modos ellos tenían el auto y encima la calle era mano hacia su casa. Cuatro cuadras nomás. Pero las cuatro cuadras más largas de su vida. Mientras corría buscó la llave en los bolsillos para no perder tiempo cuando llegara a la puerta pero fue peor, porque, sin poder sostenerla, se le cayó al suelo. En casa podría tocar el timbre y esperar a que mamá abriera, pero sabía que iba a pasar demasiado tiempo en la puerta y, además, ellos podrían tomar la llave y copiarla para venir a buscarla después. Se agachó a recogerla, tambaleando para no caer presa de la inercia que llevaba y rompió sus uñas contra la vereda al levantarla. Ubicó la llave principal y la metió en la cerradura. La giró y abrió la puerta corriendo hacia el interior. Cerró la puerta y esperó unos segundos. Luego fue hasta la ventana y antes de bajar la cortina, pudo ver un auto oscuro que pasaba lentamente por la calle, frente a su casa.

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